La Selva es tierra de castillos. Gran parte de ellos, de los siglos ix y x, tienen su origen en los enclaves fortificados. Desde estos puntos, tras la conquista del territorio a los musulmanes, se vigilaba lo que hoy es la comarca. Otros, erigidos a partir del siglo xi, son los típicos castillos feudales, desde los que —además de vigilar y controlar— se administraba el territorio, se cobraban impuestos y se impartía justicia (el concepto feudal de justicia, claro está). La mayoría de los castillos de la Selva pertenecieron a los poderosos vizcondes de Cabrera, uno de los linajes feudales más importantes de la Cataluña medieval, aunque otros señores, como los Vilademany, los Gurb-Sarriera, el obispo de Girona, el abad de Ripoll, los Montcada o los Cruïlles, también participaron del dominio feudal en la demarcación.
Lo más destacable de los castillos de la Selva es su variedad tipológica: desde uno de los castillos más grandes de Cataluña, como Montsoriu, hasta una fortificación tan modesta como bien conservada como lo es Farners. Desde una fortaleza moderna como Hostalric, preparada para soportar asedios con artillería, hasta los robustos castillos residenciales de Brunyola o Vilobí. En algunos se vive en la actualidad o son equipamientos públicos; otros, como el de Torcafelló, Sant Iscle o Sant Joan de Lloret, han sido rescatados por la arqueología para destacar su valor. Todos se encuentran en lugares privilegiados, miradores de primer orden sobre la comarca y sus alrededores. Si a esto añadimos la suerte de haber preservado dos poblaciones amuralladas de la calidad de Tossa de Mar y Hostalric, la ruta que presentamos cobra un innegable atractivo e interés.